lunes, 28 de septiembre de 2009

Cicerón

Marco Tulio Cicerón (106 a.C.-43 a.C.)Nació en la ciudad de Arpino, Italia, su padre, un caballero romano del mismo nombre. Su madre, Helvia. Tuvo un hermano, Quinto, a quien dedica parte de su correspondencia. Junto a él recibe, ya en Roma, la más esmerada educación. De temperamento intelectual, sufre desde muy joven las influencias de los más relevantes cerebros de su época: El poeta Arquías, cuya ciudadanía defenderá en el futuro; los oradores L. Licinio Craso y Marco Antonio; Q. Muscio Escévola, el augur; el pontifex maximus de igual nombre; los filósofos Diodoto (estoico) y Fedro (epicúreo). Estos hombres, entre otros, forjarán con sus enseñanzas, actuaciones, ejemplos, el carácter del autor latino más leído en todo el mundo y en todas las épocas. A los diecisiete años cumplió su servicio militar a las órdenes de Pompeyo Estrabón y Sila, durante la Guerra Social (90-88 a. C.). En el año 80 a.C. pronuncia el discurso que lanzaría su nombre a la política, Pro Sexto Roscio donde osa oponerse abiertamente a Sila. Entre 79 y 77 se traslada a Atenas, por motivos de salud o tal vez de seguridad. Allí estudia la obra de Antíoco de Ascalón. Marcha a Rodas, donde escucha al estoico Posidonio y reencuentra a Molón (a quien ya debió conocer en Roma), influencia decisiva en la formación de la prosa ciceroniana. A su regreso casa con Terencia, quien le dará una hija, Tulia, que sería la pasión del de Arpino, hasta la muerte de ésta en el 45, dos años antes que su padre. En 75 fue Cuestor en Libylaeum (Sicilia) al parecer con honradez y eficacia. En el año 69, alcanzó el cargo de Edil Curul. Anteriormente, ya en el senado, ganó el caso de Verres, espectacular acopio de pruebas, que nos lo muestra ya como abogado habilísimo. Poco después conoce a Pomponio Atico, que, amigo y confidente casi exclusivo, destinatario de las cartas más interesantes, pasaría a formar parte del reducidísimo número de los verdaderos afectos de Cicerón (seguramente Atico, Quinto y Tulia). Fue Pretor (66), cargo en el que apoyó que se dieran amplios poderes a Pompeyo (de Lege Manilia) en la guerra contra Mitridates. Cicerón, padre por segunda vez -su hijo Marco nació el 65-, alcanzó el consulado en el 63. En su actuación se dedicó casi exclusivamente a desbaratar los planes de Catilina. Los cuatro discursos in Catilinam descubrían y exponían la conspiración, que finalmente fue abortada en forma brusca y dudosamente legal. Esto le proporcionaría el pomposo título de pater patriae y algunos disgustos de importancia. En efecto, en el año 58 tuvo que exiliarse a Tesalónica y sus propiedades fueron destruidas. Obra de Clodio, quien había conseguido astutamente que el senado declarara fuera de la ley a cualquier responsable de condenas sin juicio -y los partidarios de Catilina habían sido ejecutados en esas condiciones-. Regresó pronto. Pero la Roma del primer triumvirato -en cuya instauración no había querido colaborar- no le fue propicia y se dedicó a la prosa filosófica. De Oratore, De República, De Legibus, son los frutos de esta época.
En el año 53 fue elegido augur y en el 51 proconsul, cargos ambos que desempeñó con
brillantez. Estalla la guerra civil. Cicerón se declara Pompeyano y, tras la derrota de Farsalia, se retira nuevamente de la vida pública. Estuvo algún tiempo en Brindisi, fue autorizado a regresar y lo hizo, aunque siguió discretamente al margen de la política. Su vida familiar fracasa. Se divorcia de Terencia (que se casa enseguida con Salustio) y él a su vez contrae segundas nupcias con una jovencita, pupila suya. Al parecer tampoco le fue muy bien. En el 46 pierde a su hija Tulia. En los años que la sobrevive no parece reponerse de la íntima conmoción que sufrió. De esta época son Orator y Brutus, nuevos tratados de retórica, así como Tusculanae, De natura deorum, De officis y De amicitia. En el 44, César es asesinado. Cicerón intenta volver a la política. Busca la reconciliación, proponiendo la amnistía para los conspiradores, pero se ve obligado a huir otra vez. Nuevamente en el senado, aún reunió fuerzas para oponerse a Marco Antonio (1ª Philippica). Tal vez hubiera pensado en Octavio -como antes lo hizo en Pompeyocomo rector de su República, pero aquél se alía con Marco Antonio y Lépido. Es el fin de Cicerón. Intenta la huida, pero fracasa. Muere en Formias, el 3 de diciembre del 43. Hombre difícil de conocer, agnóstico de hecho, pese a las obsesiones teológicas que le produjo la muerte de Tulia y a la religión oficial, que practicó toda su vida con marcado carácter práctico; tampoco en política es de fácil definición. Liberal moderado hasta el 80 (en el Pro Sexto Roscio acepta haber colaborado con el régimen, aún no estando de acuerdo), se inclina progresivamente hacia la democracia, alcanzando una magnífica reputación entre los populares (66) (era la época de la Lex Manilia) mientras que los optimates le miraban con hostilidad (Cicerón era horno novus).
Pero después, tras un enfrentamiento con los populares (en contra Rullum se opuso a un oportunista reparto de tierras) busca el favor de los optimates, que le encumbran (Consulado en el 63, in Catilinam, etc.). En lo sucesivo, es cada vez más conservador, o como tal se comporta. El caso es que cada una de estas variaciones le valió una serie de enfrentamientos: Sula, los optimates, por los que en realidad siempre sintió simpatías, César y Antonio. La honradez -su carrera lo atestigua- y la fidelidad a los propios principios fueron las únicas constantes de la vida del abogado, del escritor, del filósofo, del político y hasta, tal vez, del poeta.

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sábado, 26 de septiembre de 2009

John Locke

John Locke (1632-1704) Nació en 1632 en la ciudad de Wrington y murió en la de Oates, ambas del Reino Unido. Estudió en la Universidad de Oxford, primeramente filosofía y más tarde medicina. Siguió muy de cerca los trabajos de los científicos, físicos y fisiólogos de la época, pero encaminó su vocación hacia los asuntos de Estado al convertirse en secretario de Lord Ashley cuando éste último fue nombrado canciller. Una de sus obras más célebres, Ensayo sobre el entendimiento humano, es considerada el primer principio del empirismo, fundamento de la precisión a través de la reflexión. Acusado de sedición en Inglaterra, se refugió en Holanda y posteriormente en Francia. Regresó a su país natal en 1688 después de la expedición organizada por Guillermo de Orange, que dio lugar a una nueva era de libertad política y civil en la historia de Inglaterra. Hombre temperamental y polemista vigoroso, defendió ardientemente sus posiciones frente a los exponentes de doctrinas escolásticas en filosofía, política y religión. Una de sus obras más importantes es el Ensayo sobre el gobierno civil, publicada en 1690, que representa el primer código del liberalismo europeo, en ella analiza con profundidad los temas relativos a las sociedades políticas y los poderes que de ellas emanan.

Escribió también Sobre la tolerancia, texto que aborda el problema religioso de la época pero que bien puede ser aplicado a cualquier espacio relacionado con la convivencia social.


Algunas Obras:


Antonio Gramsci


Antonio Gramsci (1891-1937) nació el 22 de Enero de 1891 en Ales, provincia de Cagliari, en la Isla de Cerdeña, Italia. Fue el cuarto de siete hijos de un matrimonio relativamente acomodado. Su padre era funcionario público y siempre mantuvo una posición afectivamente distante de Antonio, para quien será su madre la que ocupe un lugar central en sus afectos, tanto de niño y adolescente como en su vida adulta.
Mientras cursaba sus estudios medios, en Caligari, comenzó a participar en el ambiente socialista. Sus estudios universitarios lo llevan a Turín, gracias a una beca que le permite iniciar sus estudios en la Facultad de Letras, donde participa de un ambiente intelectual y político más intenso del que lo inició en la vida política en su ciudad natal.
En 1913 se afilia al PSI y luego de desatada la Guerra, relega su actividad estudiantil para dedicarse por completo a la militancia política. En 1915 abandona definitivamente sus estudios formales. En 1919 funda L´Ordine Nuovo, periódico socialista, que cuando funde el Partido Comunista Italiano se "llevará consigo".
La Primera Guerra Mundial no solo se desata en el campo de batalla sino también en el interior del Socialismo Internacional que se había consolidado enarbolando la bandera de la no intervención y que luego de seis meses de iniciada la guerra encuentra a socialistas de países comprometidos en el enfrentamiento "aliados" a las burguesías de sus países tras la contienda. Este será el origen de la escisión entre socialistas y comunistas.
La actitud del partido socialdemócrata alemán que aprueba los gastos de guerra, disparará la crisis más grande en el movimiento socialista. En ese debate Gramsci se definirá como "pacifista" y terminará creando, luego del Congreso de Livorno, hacia 1921, el PCI. En su artículo "La revolución contra el Capital" que escribe en saludo a la Revolución de Octubre, Gramsci define su primer ruptura con el marxismo dogmático y perfila su perspectiva "voluntarista" bebida en fuentes leninistas.
El debate se sitúa en esos momentos en torno de la cuestión del rol de los movimientos, partidos y sujetos en la historia, y la revolución bolchevique deja como enseñanza incuestionable que ocupan un rol central devaluando las lecturas que establecían el prerequisito de la "revolución burguesa" para alcanzar la "revolución socialista". De allí el interés especial de Gramsci por construir un partido fuertemente vinculado con las masas y con capacidad no sólo de movilización sino también de "educación".
El 15 de enero de 1921 se celebra el XVI Congreso Nacional del Partido Socialista Italiano en Livorno, donde se consuma la escisión interna que venía comprometiendo al partido, como producto de la cual Gramsci crea el PCI.
A su vez, Gramsci mantiene diferencias internas con otros grupos dentro del PCI en cuanto a la valoración del fascismo: ya que el dirigente no minimiza la capacidad de destrucción de la oposición que tenía el régimen fascista y no alienta posiciones optimistas respecto de la caída del mismo y del triunfo del socialismo.
En 1923 se casa con Giulia Schucht, a quien conoce en un viaje a la URSS como representante ante la Internacional. Tiene dos hijos, de lo cuales el más pequeño no lo conoció. Su vida privada resultará muy atormentada por la delicada salud mental de Giulia, la separación, y la constante intromisión de su cuñada Genia en el vínculo entre ambos. Durante su encierro Giulia se traslada a la URSS con sus hijos, consumando así una separación irreparable. Será su cuñada Tania, otra hermana de Giulia, entre sus afectos, quien esté más cerca de él en ese momento.
Entre 1924 y 1926 Gramsci es Presidente del PCI, momentos en que se suceden sangrientas persecuciones y asesinatos a dirigentes de izquierda, ante lo cual se impone como una de sus tareas definir una estrategia de lucha antifascista. En ese campo, Gramsci intentará sentar las bases de un partido de masas, que represente a campesinos y trabajadores para educarlos en la lucha, con organización de base laboral y no sólo territorial (experiencia de los Consejos), sin privilegios para quienes ocupen cargos de importancia (Parlamentos, cooperativas, sindicatos, etc) y comprometido con los movimientos de masas, para promover nuevas zonas de influencia. Es de destacar, además, que Gramsci otorgaba un papel esencial a la educación popular como herramienta de liberación y para garantizar la autonomía de las clases subalternas. El partido aquí también debía cumplir funciones trascendentes: formar cuadros y promover la educación entre las masas.
Así es como en 1919 crea la "Escuela de cultura y propaganda socialista" (organizada sobre la base de encuentros con obreros dos veces por semana donde se impartían clases teóricas y prácticas); en 1924, durante su exilio en Viena, organiza la "escuela por correspondencia" para formar cuadros partidarios; en 1930, en la cárcel de Turí de Bari, crea la "escuela de Turi" para los comunistas detenidos que participaban de percepciones mecanicistas que sostenían que era inminente la caída del fascismo y que luego sobrevendría el comunismo
El 8 de noviembre de 1926 es arrestado en su domicilio, horas antes de una sesión parlamentaria, en la que debía tomar parte como Diputado Comunista. Un brutal traslado entre unidades carcelarias que dura 19 días deteriora su ya delicado estado de salud y da inicio al período de reclusión. En su vida en la cárcel Gramsci mantiene una intensa vinculación con dirigentes del Partido, del Partido Comunista Ruso y diversos dirigentes e intelectuales, lo que lo mantiene al tanto de la realidad nacional e internacional. En ese marco escribe el capítulo más denso de su obra.
En 1929 se da lo que se conoce como "el Viraje" en el PCI, en sintonía con la Internacional Comunista de 1928 VI Congreso, a partir del cual describen un escenario de inminente caída del fascismo y de irrupción del proletariado, una variante renovada del "desplome" del capitalismo por sus propias contradicciones que a Gramsci ya lo habían enfrentado con otros dirigentes en el PSI. Como respuesta a esta lectura de la realidad, Gramsci organiza, como ya dijimos, la escuela de Turí de Bari con intensión de combatir el mecanicismo positivista.
Hacia 1933 su liberación se convierte en una cuestión de Estado para el régimen fascista - que había negado sistemáticamente los pedidos de libertad - momento en que se inicia una campaña internacional por su liberación.
Muere el 27 de Abril de 1937, en la cárcel fascista, luego de más de diez años de confinamiento, dos días despúes de que se dispusiera su libertad. Podemos decir que toda la vida y obra de Antonio Gramsci estuvo marcada por su temperamento inquieto y cuestionador.

Se interesó profundamente por la política y la cultura, a las que consideraba como "los campos esenciales" desde los cuales se podía producir el cambio social, entendido siempre en términos de entender, como punto de partida la construcción de la historia anclada en el campo nacional. Como sostiene Ansaldi: "Hobsbawm tiene razón cuando afirma que Gramsci es el iniciador de una teoría marxista de la política. Pero quizás pueda decirse, mejor aún, que él abre el camino para elaborar una ciencia histórica de la política.", enmarcado como miembro de los pensadores de la crisis del capitalismo.
En este sentido comparte las mismas preocupaciones y se enfrenta a los representantes más encumbrados del pensamiento liberal: Weber, Croce, Mosca. Por otra parte, dentro de la tradición socialista va a tener como interlocutores a sus camaradas de la III Internacional y la socialdemocracia europea.

Biografía:
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Émile Durkheim


David Émile Durkheim (1858-1917) En 1858, en Lorena, nace Emilio Durkheim en el seno de una familia de rabinos. En 1893 defiende su tesis docto­ral, De la División du Travail Social, a la que acompaña de una tesis secundaria, redactada en latín, tal como pedían las costumbres académicas de la época, sobre la contribución de Montesquieu a la ciencia social (Quid Secundatus politicae scientae instituendae contule rit).

Entre esas dos fechas, Durkheim consiguió terminar brillantemente sus estudios secundarios, ingresar (con bas­tante menos brillantez) en la Ecole Nórmale Superieure (1879), viajar por Alemania y estudiar con Wundt (1885-86), ser nombrado profesor de Pedagogía y Ciencia Social en la Facultad de Letras de la Universidad de Burdeos y profesar así por primera vez en la Universidad francesa cur­sos de sociología (1887). Sucinto recordatorio de fechas y ex­periencias que, ciertamente, puede iluminarse con detalles menos banales. Así, puede evocarse al joven provinciano instalado en París para preparar el concurso de ingreso en la Ecole Nórmale que tiene como compañero de pensión a Jean Jaurés, otro provinciano que también sigue idénticos estudios, con quien habla largo y tendido sobre política: ni el uno es todavía socialista, ni el otro sociólogo, pero ambos coinciden en el apasionamiento con que observan lo que ocurre a su alrededor.

También, al flamante alumno de la Ecole Nórmale que se interesa por las enseñanzas de Fustel de Coulanges y Boutroux y se aburre soberanamente con las disquisiciones abstractas que suministran la mayor parte de los profesores. O al recién licenciado que recorre Alemania estudiando, al tiempo, la organización universitaria y la orientación que Wundt imprime al análisis de la vida moral en las socieda­des humanas. En fin, al joven profesor que tiene como cole­gas a Hamelin y, sobre todo, a Espinas, introductor (y crítico) en Francia de Spencer y autor de un estudio sobre Les Societés Animales (1887) que suscitó notable alboroto en los medios académicos.

Todo ello puede, sin duda, suministrar enseñanzas sobre el discurso dukheimiano y ayudar a reflexionar sobre el ori­gen de ésta o aquella preposiciones suyas. Sólo que se deja así de lado aquello que, a mi juicio, está en la génesis misma de un proyecto de llegar a ser sociólogo o, más exactamente, aquello sin lo qué Durkheim se nos escurre entre los dedos. Me refiero, concretamente, a sus relaciones con los proble­mas sociales de la época.

Es preciso comenzar afirmando que Durkheim nunca concibió el trabajo del sociólogo como algo que podía ser in­diferente a las situaciones concretas en que el científico se encontraba inmerso. En la División del Trabajo Social escri­be: «por el hecho de que nos propongamos estudiar ante to­do la realidad, no se deduce que renunciemos a mejorarla: estimaríamos que nuestras investigaciones no merecerían la pena si no hubieran de tener más que un interés especulati­vo» (pág. 41); en Les Regles de la Metbode Sociólogique es igual­mente terminante: «¿Qué razón puede haber para conocer la realidad si ese conocimiento no nos sirve para la vida?». Pero ocurre que la muerte le sorprendió (1917) redactando una Morale en la que, según el testimonio de Marcel Mauss, los problemas referentes a la política en general y al Estado en concreto ocupaban una buena parte; que unos meses an­tes de morir había vuelto a repetir (las ocasiones anteriores fueron en 1904 y 1912) las Legons de Sociologie profesadas ya en Burdeos entre 1890 y 1900; que, en fin, textos «meno­res» de los publicados en los últimos años tienen como obje­to temas tales como nacionalismo e internacionalismo, fun­ción política de los intelectuales, democracia, lucha de cla­ses. Es decir, desde su primer libro hasta sus últimos escritos hay una continuidad con respecto al interés por las cues­tiones conflictivas de la época. Si tal ocurre, ¿dónde en­contrar otra base a las afirmaciones de Parsons (a saber: tras Le Suicide (1897), Durkheim dejó de lado ese tipo de problemas) que en el desinterés (y éste si que parece más verosímil) del intérprete con respecto a tales asuntos?

Todo ello con respecto al sociólogo ya formado, en pose­sión de un método. Pero ¿y el joven normalien?, ¿y el joven profesor? No es infrecuente, ciertamente, tropezarse con el recurso de reconstruir la génesis del proyecto durkheimiano en los términos tradicionales del buscar «influencias», «as­cendencias» y «descendencias». En este sentido, se recuerda al estudiante de la Nórmale que lee a Spencer, que se siente atraído por el esfuerzo de Renouvier para hacer de la moral una ciencia positiva, que encuentra en Comte los presupues­tos que le llevarán hasta la sociología: irreductibilidad del hecho social, crítica del individualismo y del nominalismo, definición del papel de las normas sociales, intentos de cons­trucción de una sociología del conocimiento2. De manera semejante, hay reconstrucciones eruditas de su estancia en Alemania que describen su comercio intelectual con los So­cialistas de Cátedra y una nunca francamente explicitada influencia de Sismondi: análisis minuciosos de sus primeros textos publicados muestran, efectivamente, convergencias aquí, críticas allá, es decir, en cualquier caso, ponen de ma­nifiesto trazas de la temprana lectura de los profesores so­cialistas alemanes y del socialista utópico. Pueden mencionarse también las interpretaciones que relacionan propo­siciones básicas de Durkheim con ciertos enfoques de la Introduction a l'etude de la medicine experiméntale (1865) de Claude Bernard: una buena parte de las investigaciones de Canguilhem ha mostrado la influencia básica de ese texto sobre el discurso de la época y, desde luego, es clara la que ejerció sobre lugares durkheimianos tan cruciales como la distinción entre lo normal y lo patológico, las conexiones y el método para analizar lo uno y lo otro.

Tales estudios, y no pretendo en absoluto exhaustividad ya que podrían enumerarse varios más con intención similar, son, en buena parte, ciertos. Pero en otra, como todos aquellos que adoptan la perspectiva de la localización de influencias intelectuales, pueden llevar a la conclusión de que la génesis del proyecto sociológico durkheimiano fue al­go estrictamente libresco. El Durkheim que así se pintaría se corresponde con la imagen de un joven que devora libros en alguna biblioteca desarraigada de cualquier contexto históri­co y cuyos límites existenciales son los marcados por las pare­des de la sala en cuestión. Lo cual me parece enteramente falso.

Durkheim ingresa en la Ecole Nórmale en 1879. Es el mismo año en que se vota, y se concede, la amnistía a los «communards»; es, también, el año en que el movimiento obrero francés parece haber restañado las heridas de la represión versallesa y se recompone: se funda, en el Congre­so de Marsella, la Federation du Parti des Travailleurs de France, quien, con Jules Guesde como figura central indis­cutible, declara: «Ante todo, el proletariado debe romper con la burguesía» —dándose así los primeros pasos en una estrategia política articulada básicamente en torno al progra­ma de «clase contra clase» y de rechazo radical de cualquier «posibilismo». Pero, además, la Comuna, la guerra inte­rior, va asociada a Sedan, la derrota exterior. Guerra perdida y guerra civil. Todo ello mezclándose y proyectándose forzo­samente sobre la vida social de aquellos años. ¿Qué es una nación?, se preguntaban Renán en la Sorbona, en 1882. La respuesta podía ser personal, suya, pero el fondo de proble­mas a que se refería, a que quería contestar, era algo ampliamente compartido. Las clases, la lucha de clases, la unidad nacional, el conflicto y la disciplina, la autoridad: al filo de sus propias experiencias personales, de recuerdos y de impresiones, de la práctica cotidiana, todas esas cuestiones aparecían como el punto de partida para la reflexión de toda una generación. «Por poco que escarben en su pasado y por muy lejanos que sean los asuntos a los que miren, las gene­raciones de los años setenta encuentran Sedan y la insurrec­ción parisina tras la derrota en la sustancia de su vida coti­diana». Lo cual, ciertamente, sólo puede resultar una nove­dad si se ha olvidado que esos problemas constituyen la tra­ma esencial de la vida social en las sociedades industriales y que, en definitiva, la Comuna ha sido una de las coyunturas históricas en que la lucha de clases ha alcanzado un nivel más elevado.

A esa serie de «datos de hecho», a ese marco de referen­cia genérico en cuyo interior construye «su» cultura una ge­neración, se superponen, además, los complejos avatares de la III República. Basta con evocar las dificultades iníciales de la «República de los Duques», los equilibrios siempre a pun­to de quebrarse entre Thiers y la Asamblea, las largas nego­ciaciones entre legitimistas y orleanistas sobre si habría de ser el conde de Chambord o el de París el futuro rey de Fran­cia, para poner de manifiesto lo precario del futuro que se auguraba al régimen establecido por la Constitución de 1875. Y la intentona de Boulanger y la facilidad con que el «Affaire Dreyfus» se desbordó desde una discusión sobre las condiciones en que un tribunal militar había dictado una sentencia hasta una división de la sociedad en torno a dos maneras distintas de entender los derechos civiles y el impe­rio de la ley prueban, sin duda, que, aún en las postrimerías del siglo, la estabilidad de la República no era algo definiti­vamente adquirido.

Crisis sociales, crisis políticas, crisis morales: ¿podría per­manecer Durkheim ajeno a todo ello? «Desde los años de es­tudiante en la Ecole Nórmale —ha escrito Marcel Mauss— por vocación e inmerso en un medio con intensas inquietu­des morales y políticas, de acuerdo con sus condiscípulos Jaurés y Hommay (muerto en 1886), Durkheim se consagró al estudio de la cuestión social». Olvidar o poner entre pa­réntesis esa coyuntura histórica es imposibilitar la compren­sión misma de la génesis de la sociología durkheimiana. Y, en este sentido, es necesario recordar las siguientes y perti­nentes palabras de Duvignaud: «Ciertamente, Durkheim apenas si abandonó su cuarto de trabajo. No hizo ninguna investigación directa sobre sociedades no europeas. Sin em­bargo, examinando las cosas más detenidamente, es fácil constatar que Durkheim participó realmente en una expe­riencia social de considerable envergadura: los cambios que afectaron a las sociedades europeas durante la industrializa­ción. El campo de las investigaciones de Durkheim fue la trama de la vida colectiva en la que su existencia de intelec­tual estaba inserta.

Ese fondo de experiencias, de sensaciones, de inquietu­des colectivas es, pues, quien está en la base misma del pro­yecto durkheimiano. Posibilitar la «Reforma moral e intelec­tual de Francia» es la tarea que genera el nacimiento de su «vocación» sociológica. Proyecto, pues, rigurosamente político —en el que, por supuesto, no caminaba solo. Con­solidar la III República, la República «laica», reorganizar y reformar la sociedad francesa, impedir la disgregación de la vida social, elaborar una nueva disciplina colectiva: todos es­tos objetivos suyos, tantas veces explicitados en tantos luga­res de su discurso, son algo ampliamente compartidos con muchos de sus compañeros de estudios y claustro y, en defi­nitiva, son los que a su vez hace suyos la burguesía laica que aspira a convertirse (y se convertirá) en protagonista de la República. Es claro que sobre todo ello van a volcarse lectu­ras y análisis, que el joven Durkheim buscará aquí y allá res­puestas a sus preocupaciones, pero no es menos claro que tal actividad alcanza su máximo significado cuando se la con­templa desde esas preguntas suyas iníciales. No son sólo libros quienes le llevan hasta la sociología, es lo acuciante de su contexto quien le conduce precisamente a unos libros y a la sociología. «Toda su pretensión teórica ante la realidad —se ha dicho— estaría orientada a posibilitar científicamente su reforma política en el sentido de una con­solidación y progresiva funcionalidad del régimen republica­no».

Todo lo cual, a su vez, reclama una precisión. Una cosa es sostener que el origen del proyecto durkheimiano es político y que nunca quiso desvincular la sociología de los problemas concretos de la sociedad y otra muy distinta concluir sosteniendo que identificó política y sociología. Sobre este punto, hay textos suyos terminantes. «Puede po­seerse el genio suficiente para descubrir las leyes generales por las que se explican los hechos sociales del pasado sin po­seer por ello el sentido práctico que permite adivinar las me­didas que reclama un pueblo dado en un momento deter­minado de la historia. De la misma manera que un gran fi­siólogo es generalmente un clínico mediocre, el sociólogo tiene bastantes posibilidades de ser un estadista incompe­tente» 10. Eran otras las direcciones en que pensaba que la la­bor del sociólogo podía ser socialmente eficaz. Según planteaba la cuestión, la información y la educación ofrecían los campos privilegiados para la acción del científico social: éste no puede identificarse con el político, sus conocimientos no siempre le permiten proponer la adopción de medidas concretas, tampoco su saber le autoriza a sustituir al político, pero, ciudadano, sí puede y debe informar a la so­ciedad sobre su marcha general y, así, educarla a fin de hacerla autoconsciente de sí propia. Hay oscilaciones en su pensamiento sobre la eficacia de la sociología para la emisión de diagnósticos sociales precisos (así, hay momentos en los que afirma la posibilidad de una «política científica»; en otros, piensa que el conocimiento sociológico no está aún en condiciones de producir análisis lo suficientemente concre­tos y rigurosos como para que el político pueda utilizarlos) pero, en innumerables pasajes, su discurso expresa una insis­tente incitación a la acción, una constante llamada a los so­ciólogos para que se dirijan «a la opinión pública y a los hombres de Estado proponiendo medidas para que se pro­duzcan esos cambios cuya necesidad se experimenta viva­mente, pero cuya naturaleza sólo se entrevé confusamente».

En: L.R.Z, “Prólogo”, en Durkheim, Emile, La División del Trabajo Social, México, Colofón, 2007, p. I-VIII


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