sábado, 26 de septiembre de 2009

Émile Durkheim


David Émile Durkheim (1858-1917) En 1858, en Lorena, nace Emilio Durkheim en el seno de una familia de rabinos. En 1893 defiende su tesis docto­ral, De la División du Travail Social, a la que acompaña de una tesis secundaria, redactada en latín, tal como pedían las costumbres académicas de la época, sobre la contribución de Montesquieu a la ciencia social (Quid Secundatus politicae scientae instituendae contule rit).

Entre esas dos fechas, Durkheim consiguió terminar brillantemente sus estudios secundarios, ingresar (con bas­tante menos brillantez) en la Ecole Nórmale Superieure (1879), viajar por Alemania y estudiar con Wundt (1885-86), ser nombrado profesor de Pedagogía y Ciencia Social en la Facultad de Letras de la Universidad de Burdeos y profesar así por primera vez en la Universidad francesa cur­sos de sociología (1887). Sucinto recordatorio de fechas y ex­periencias que, ciertamente, puede iluminarse con detalles menos banales. Así, puede evocarse al joven provinciano instalado en París para preparar el concurso de ingreso en la Ecole Nórmale que tiene como compañero de pensión a Jean Jaurés, otro provinciano que también sigue idénticos estudios, con quien habla largo y tendido sobre política: ni el uno es todavía socialista, ni el otro sociólogo, pero ambos coinciden en el apasionamiento con que observan lo que ocurre a su alrededor.

También, al flamante alumno de la Ecole Nórmale que se interesa por las enseñanzas de Fustel de Coulanges y Boutroux y se aburre soberanamente con las disquisiciones abstractas que suministran la mayor parte de los profesores. O al recién licenciado que recorre Alemania estudiando, al tiempo, la organización universitaria y la orientación que Wundt imprime al análisis de la vida moral en las socieda­des humanas. En fin, al joven profesor que tiene como cole­gas a Hamelin y, sobre todo, a Espinas, introductor (y crítico) en Francia de Spencer y autor de un estudio sobre Les Societés Animales (1887) que suscitó notable alboroto en los medios académicos.

Todo ello puede, sin duda, suministrar enseñanzas sobre el discurso dukheimiano y ayudar a reflexionar sobre el ori­gen de ésta o aquella preposiciones suyas. Sólo que se deja así de lado aquello que, a mi juicio, está en la génesis misma de un proyecto de llegar a ser sociólogo o, más exactamente, aquello sin lo qué Durkheim se nos escurre entre los dedos. Me refiero, concretamente, a sus relaciones con los proble­mas sociales de la época.

Es preciso comenzar afirmando que Durkheim nunca concibió el trabajo del sociólogo como algo que podía ser in­diferente a las situaciones concretas en que el científico se encontraba inmerso. En la División del Trabajo Social escri­be: «por el hecho de que nos propongamos estudiar ante to­do la realidad, no se deduce que renunciemos a mejorarla: estimaríamos que nuestras investigaciones no merecerían la pena si no hubieran de tener más que un interés especulati­vo» (pág. 41); en Les Regles de la Metbode Sociólogique es igual­mente terminante: «¿Qué razón puede haber para conocer la realidad si ese conocimiento no nos sirve para la vida?». Pero ocurre que la muerte le sorprendió (1917) redactando una Morale en la que, según el testimonio de Marcel Mauss, los problemas referentes a la política en general y al Estado en concreto ocupaban una buena parte; que unos meses an­tes de morir había vuelto a repetir (las ocasiones anteriores fueron en 1904 y 1912) las Legons de Sociologie profesadas ya en Burdeos entre 1890 y 1900; que, en fin, textos «meno­res» de los publicados en los últimos años tienen como obje­to temas tales como nacionalismo e internacionalismo, fun­ción política de los intelectuales, democracia, lucha de cla­ses. Es decir, desde su primer libro hasta sus últimos escritos hay una continuidad con respecto al interés por las cues­tiones conflictivas de la época. Si tal ocurre, ¿dónde en­contrar otra base a las afirmaciones de Parsons (a saber: tras Le Suicide (1897), Durkheim dejó de lado ese tipo de problemas) que en el desinterés (y éste si que parece más verosímil) del intérprete con respecto a tales asuntos?

Todo ello con respecto al sociólogo ya formado, en pose­sión de un método. Pero ¿y el joven normalien?, ¿y el joven profesor? No es infrecuente, ciertamente, tropezarse con el recurso de reconstruir la génesis del proyecto durkheimiano en los términos tradicionales del buscar «influencias», «as­cendencias» y «descendencias». En este sentido, se recuerda al estudiante de la Nórmale que lee a Spencer, que se siente atraído por el esfuerzo de Renouvier para hacer de la moral una ciencia positiva, que encuentra en Comte los presupues­tos que le llevarán hasta la sociología: irreductibilidad del hecho social, crítica del individualismo y del nominalismo, definición del papel de las normas sociales, intentos de cons­trucción de una sociología del conocimiento2. De manera semejante, hay reconstrucciones eruditas de su estancia en Alemania que describen su comercio intelectual con los So­cialistas de Cátedra y una nunca francamente explicitada influencia de Sismondi: análisis minuciosos de sus primeros textos publicados muestran, efectivamente, convergencias aquí, críticas allá, es decir, en cualquier caso, ponen de ma­nifiesto trazas de la temprana lectura de los profesores so­cialistas alemanes y del socialista utópico. Pueden mencionarse también las interpretaciones que relacionan propo­siciones básicas de Durkheim con ciertos enfoques de la Introduction a l'etude de la medicine experiméntale (1865) de Claude Bernard: una buena parte de las investigaciones de Canguilhem ha mostrado la influencia básica de ese texto sobre el discurso de la época y, desde luego, es clara la que ejerció sobre lugares durkheimianos tan cruciales como la distinción entre lo normal y lo patológico, las conexiones y el método para analizar lo uno y lo otro.

Tales estudios, y no pretendo en absoluto exhaustividad ya que podrían enumerarse varios más con intención similar, son, en buena parte, ciertos. Pero en otra, como todos aquellos que adoptan la perspectiva de la localización de influencias intelectuales, pueden llevar a la conclusión de que la génesis del proyecto sociológico durkheimiano fue al­go estrictamente libresco. El Durkheim que así se pintaría se corresponde con la imagen de un joven que devora libros en alguna biblioteca desarraigada de cualquier contexto históri­co y cuyos límites existenciales son los marcados por las pare­des de la sala en cuestión. Lo cual me parece enteramente falso.

Durkheim ingresa en la Ecole Nórmale en 1879. Es el mismo año en que se vota, y se concede, la amnistía a los «communards»; es, también, el año en que el movimiento obrero francés parece haber restañado las heridas de la represión versallesa y se recompone: se funda, en el Congre­so de Marsella, la Federation du Parti des Travailleurs de France, quien, con Jules Guesde como figura central indis­cutible, declara: «Ante todo, el proletariado debe romper con la burguesía» —dándose así los primeros pasos en una estrategia política articulada básicamente en torno al progra­ma de «clase contra clase» y de rechazo radical de cualquier «posibilismo». Pero, además, la Comuna, la guerra inte­rior, va asociada a Sedan, la derrota exterior. Guerra perdida y guerra civil. Todo ello mezclándose y proyectándose forzo­samente sobre la vida social de aquellos años. ¿Qué es una nación?, se preguntaban Renán en la Sorbona, en 1882. La respuesta podía ser personal, suya, pero el fondo de proble­mas a que se refería, a que quería contestar, era algo ampliamente compartido. Las clases, la lucha de clases, la unidad nacional, el conflicto y la disciplina, la autoridad: al filo de sus propias experiencias personales, de recuerdos y de impresiones, de la práctica cotidiana, todas esas cuestiones aparecían como el punto de partida para la reflexión de toda una generación. «Por poco que escarben en su pasado y por muy lejanos que sean los asuntos a los que miren, las gene­raciones de los años setenta encuentran Sedan y la insurrec­ción parisina tras la derrota en la sustancia de su vida coti­diana». Lo cual, ciertamente, sólo puede resultar una nove­dad si se ha olvidado que esos problemas constituyen la tra­ma esencial de la vida social en las sociedades industriales y que, en definitiva, la Comuna ha sido una de las coyunturas históricas en que la lucha de clases ha alcanzado un nivel más elevado.

A esa serie de «datos de hecho», a ese marco de referen­cia genérico en cuyo interior construye «su» cultura una ge­neración, se superponen, además, los complejos avatares de la III República. Basta con evocar las dificultades iníciales de la «República de los Duques», los equilibrios siempre a pun­to de quebrarse entre Thiers y la Asamblea, las largas nego­ciaciones entre legitimistas y orleanistas sobre si habría de ser el conde de Chambord o el de París el futuro rey de Fran­cia, para poner de manifiesto lo precario del futuro que se auguraba al régimen establecido por la Constitución de 1875. Y la intentona de Boulanger y la facilidad con que el «Affaire Dreyfus» se desbordó desde una discusión sobre las condiciones en que un tribunal militar había dictado una sentencia hasta una división de la sociedad en torno a dos maneras distintas de entender los derechos civiles y el impe­rio de la ley prueban, sin duda, que, aún en las postrimerías del siglo, la estabilidad de la República no era algo definiti­vamente adquirido.

Crisis sociales, crisis políticas, crisis morales: ¿podría per­manecer Durkheim ajeno a todo ello? «Desde los años de es­tudiante en la Ecole Nórmale —ha escrito Marcel Mauss— por vocación e inmerso en un medio con intensas inquietu­des morales y políticas, de acuerdo con sus condiscípulos Jaurés y Hommay (muerto en 1886), Durkheim se consagró al estudio de la cuestión social». Olvidar o poner entre pa­réntesis esa coyuntura histórica es imposibilitar la compren­sión misma de la génesis de la sociología durkheimiana. Y, en este sentido, es necesario recordar las siguientes y perti­nentes palabras de Duvignaud: «Ciertamente, Durkheim apenas si abandonó su cuarto de trabajo. No hizo ninguna investigación directa sobre sociedades no europeas. Sin em­bargo, examinando las cosas más detenidamente, es fácil constatar que Durkheim participó realmente en una expe­riencia social de considerable envergadura: los cambios que afectaron a las sociedades europeas durante la industrializa­ción. El campo de las investigaciones de Durkheim fue la trama de la vida colectiva en la que su existencia de intelec­tual estaba inserta.

Ese fondo de experiencias, de sensaciones, de inquietu­des colectivas es, pues, quien está en la base misma del pro­yecto durkheimiano. Posibilitar la «Reforma moral e intelec­tual de Francia» es la tarea que genera el nacimiento de su «vocación» sociológica. Proyecto, pues, rigurosamente político —en el que, por supuesto, no caminaba solo. Con­solidar la III República, la República «laica», reorganizar y reformar la sociedad francesa, impedir la disgregación de la vida social, elaborar una nueva disciplina colectiva: todos es­tos objetivos suyos, tantas veces explicitados en tantos luga­res de su discurso, son algo ampliamente compartidos con muchos de sus compañeros de estudios y claustro y, en defi­nitiva, son los que a su vez hace suyos la burguesía laica que aspira a convertirse (y se convertirá) en protagonista de la República. Es claro que sobre todo ello van a volcarse lectu­ras y análisis, que el joven Durkheim buscará aquí y allá res­puestas a sus preocupaciones, pero no es menos claro que tal actividad alcanza su máximo significado cuando se la con­templa desde esas preguntas suyas iníciales. No son sólo libros quienes le llevan hasta la sociología, es lo acuciante de su contexto quien le conduce precisamente a unos libros y a la sociología. «Toda su pretensión teórica ante la realidad —se ha dicho— estaría orientada a posibilitar científicamente su reforma política en el sentido de una con­solidación y progresiva funcionalidad del régimen republica­no».

Todo lo cual, a su vez, reclama una precisión. Una cosa es sostener que el origen del proyecto durkheimiano es político y que nunca quiso desvincular la sociología de los problemas concretos de la sociedad y otra muy distinta concluir sosteniendo que identificó política y sociología. Sobre este punto, hay textos suyos terminantes. «Puede po­seerse el genio suficiente para descubrir las leyes generales por las que se explican los hechos sociales del pasado sin po­seer por ello el sentido práctico que permite adivinar las me­didas que reclama un pueblo dado en un momento deter­minado de la historia. De la misma manera que un gran fi­siólogo es generalmente un clínico mediocre, el sociólogo tiene bastantes posibilidades de ser un estadista incompe­tente» 10. Eran otras las direcciones en que pensaba que la la­bor del sociólogo podía ser socialmente eficaz. Según planteaba la cuestión, la información y la educación ofrecían los campos privilegiados para la acción del científico social: éste no puede identificarse con el político, sus conocimientos no siempre le permiten proponer la adopción de medidas concretas, tampoco su saber le autoriza a sustituir al político, pero, ciudadano, sí puede y debe informar a la so­ciedad sobre su marcha general y, así, educarla a fin de hacerla autoconsciente de sí propia. Hay oscilaciones en su pensamiento sobre la eficacia de la sociología para la emisión de diagnósticos sociales precisos (así, hay momentos en los que afirma la posibilidad de una «política científica»; en otros, piensa que el conocimiento sociológico no está aún en condiciones de producir análisis lo suficientemente concre­tos y rigurosos como para que el político pueda utilizarlos) pero, en innumerables pasajes, su discurso expresa una insis­tente incitación a la acción, una constante llamada a los so­ciólogos para que se dirijan «a la opinión pública y a los hombres de Estado proponiendo medidas para que se pro­duzcan esos cambios cuya necesidad se experimenta viva­mente, pero cuya naturaleza sólo se entrevé confusamente».

En: L.R.Z, “Prólogo”, en Durkheim, Emile, La División del Trabajo Social, México, Colofón, 2007, p. I-VIII


Algunas Obras:

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